El investigador de la Universidad de Concepción Daniel González Acuña todavía recuerda el revuelo internacional que generó un estudio encabezado por él en el continente antártico. Como participante de una edición de la Expedición Científica Antártica hizo un sorprendente hallazgo: cerca del Círculo Polar Antártico se habría encontrado gran abundancia de garrapatas y piojos en colonias de pingüinos Papúa.
El hecho generó interés en la comunidad científica nacional y extranjera, pero concitó más relevancia por parte de los sectores que no estaban vinculados con el ámbito de la investigación. ¿Eran los humanos causantes de estas “plagas” en los tradicionales e icónicos personajes del continente blanco? Las garrapatas son parte de la normalidad en las colonias de pingüinos antárticos y lo que debe preocupar es que su abundancia no se vea incrementada por desajustes ambientales, como lo es el calentamiento global.
También hubo sectores que sugirieron que esta condicionante acabaría con la presencia de los pingüinos en la Antártica. Y eso obviamente provocó alarma en diferentes sectores.
Más allá de las razones que habrían originado la aparición de garrapatas y piojos en los pingüinos Papúa, el doctor en Ciencias Veterinarias de la Universidad de Concepción ha realizado un intenso trabajo centrado en distintas especies que, en los últimos años, ha derivado hacia el ecosistema presente en la Antártica.
Medicina de la conservación
En enero pasado el investigador retornó a la base científica Profesor Julio Escudero, ubicada en la isla Rey Jorge, para convertirla en su centro de operaciones en el marco de un estudio destinado a evaluar bacterias y ver qué enfermedades están presentando los pingüinos.
“Muchas veces estas patologías están presentes en el medio natural de los pingüinos y forman parte de la normalidad de sus vidas. Los eventos de mortalidad se producen por dos causas, por la introducción de una enfermedad que no es común en la fauna silvestre que es exótica, que se adapta muy bien y que produce muertes por lo que se convierte en grave. Y la otra alternativa es que ataque un patógeno propio de ellos que se vuelve más virulento o el animal no se defiende bien de ese patógeno, y esto se puede deber por una baja en su respuesta inmune, y eso pasa por un desajuste del animal”, explica.
“Lo ideal es que una población sea sana y los ejemplares sanos se vayan reproduciendo y los débiles mueren y no se reproducen y eso es parte de la ley de selección natural. Entonces nos interesa saber qué enfermedades hay y si estas enfermedades producen algún daño en la fauna silvestre”, refuerza el investigador.
Daniel González Acuña explica que esta ciencia se conoce como la medicina de la conservación, y analiza las enfermedades en forma silvestre y establece sus relaciones con los humanos, los animales domésticos y la fauna silvestre. Acá, advierte, se han estudiado “las enfermedades de perros que se transmiten a la fauna silvestre, como a los zorros. Hay muchos casos donde se ha introducido la sarna. Por ejemplo, hay huemules que tienen sarna introducida por ovejas, o zorros que mueren por distemper porque los perros empezaron a acercarse a los ambientes silvestres y éstos les transmitieron el virus. O en destinos como Serengueti (famoso Parque Nacional ubicado en Tanzania, Sudáfrica) hubo una muerte masiva de leones por perros con distemper que se acercaron al ambiente de esos felinos. Entonces son hechos que ocurren porque el humano se está expandiendo como ente patógeno”.
Parte de los objetivos principales de su investigación es detectar si las bacterias que tienen los pingüinos antárticos fueron transmitidas por los humanos. Hay distintas especies de ese grupo de bacterias y una de ellas es Campylobacter jejuni que afecta al humano y también se puede presentar en animales domésticos y silvestres.
Se ha encontrado Campylobacter jejuni en pingüinos de islas subantárticas, específicamente en las islas Georgias del Sur. Esto fue confirmado hace 8 años por un equipo investigativo encabezado por un sueco con quien Daniel González colabora frecuentemente y con el que ha realizado varias publicaciones en conjunto.
“En base a ese hallazgo nosotros pensamos que en la Antártica también puede ocurrir eso porque está llegando mucha gente (turistas, investigadores y militares, principalmente), donde puede haber un manejo muy liviano de los contaminantes humanos entre un lugar y otro”, comenta.
El foco en aves marinas
En el caso de su investigación, ésta es liderada por la Universidad de Concepción, con el apoyo de casas de estudios de Suecia y el financiamiento del Instituto Antártico Chileno (Inach).
El proyecto se centra en aves marinas. Esto es pingüinos (Papúa, Adelia y Barbijo o Antártico), gaviotas, skúas, palomas antárticas y petreles gigantes entre otras.
La planificación considera muestreos en distintos lugares para comparar localidades en las que hay más o menor intervención humana, además de las distintas regiones antárticas. Han realizado análisis en sectores como O’Higgins, isla Livingston, la base chilena Gabriel González Videla, Arctowski o Ardley. La idea es que cada año realicen expediciones en dos o tres lugares diferentes.
En cada viaje, el equipo de trabajo realiza el mayor número de muestreos posibles para hacer más representativa la muestra, lo que se traduce en 80 a 100 individuos por cada colonia que se visita,
El proyecto como tal comenzó a ejecutarse el año 2014. EncontraronCampylobacter y otros antecedentes referidos al virus de la influenza y la Salmonella. En Campylobacter encontraron dos linajes nuevos o dos especies nuevas en paloma antártica y en gaviotas antárticas.
“Quizás esa bacteria es importante para comenzar a determinar otros temas. Por ahora no lo sabemos, pero después tendremos que empezar a estudiar su densidad, su virulencia y los efectos que produce en la fauna”, recalca González.
Todos quieren conocer la Antártica
A partir del estudio que lidera el académico de la Universidad de Concepción, se aprecia la relación que existiría entre la aparición de ciertos patógenos en las especies antárticas y el notorio aumento de la presencia humana en el continente blanco.
“Y lo concreto es que todos quieren conocer la Antártica y todos tienen el derecho de hacerlo. Entonces se hace una intervención del medio natural. Lo mismo ocurre con los científicos, porque para avanzar hay que intervenir. Es muy difícil obtener muestras sin tener que tocar a un animal, que es lo que nosotros hacemos cuando muestreamos a los ejemplares tratando de hacerlo de la manera menos invasiva posible”, explica.